Eres una buena historia

Te busco entre poemas
y entre recuerdos.
Escucho el palpitar de tu corazón
sobre mi pecho
y trazo tus rizos en el aire
con las yemas de mis dedos.
Qué difícil es
no poder decirte que te quiero.

Que te quiero
meciendo mi hamaca con tu risa
o empujándote,
con mis pies,
de tu cama.

Que quiero que me proclames
y me grites
y me nombres.
No esta ficción que tuve que crear
para poder atisbar
las líneas que se forman junto a tus ojos
cuando te hago feliz.

Poder sentir
y besar
y volverme
tu tinta.

Acaríciame de nuevo
la pierna izquierda en el auto
como solamente él hacía.
Pero llegaste a derrocarlo.

Ya estás aquí.
Te pido,
sin decirlo,
que te quedes.

Dime de nuevo
que soy más que sexo
mientras enredo mis piernas
en tu torso
y muerdo tu oreja.

Por favor,
ven a buscarme.
Que me estoy hundiendo
en lágrimas internas
que llevan tu nombre.

Rescátame del tedio de las noches
aunque aún toques el arpa
y yo no tenga cuerdas.
Porque tiempo es lo que nos falta
y razones para darte
ya no me quedan.

La idealización hecha guitarra

Mi mayor daddy issue es la guitarra acústica. Cuando apareció Humberto sabía que estaba en problemas.

De nuevo fue Tinder y mi hamaca en Chelem, muchas de mis historias comienzan así.

Varios días hablamos horas y horas de la noche por llamada.

Una tarde me manda un audio. Es la canción «Santa Lucía» de Miguel Ríos modificada, en vez de decir Santa Lucía cuando él la cantaba junto con su guitarra decía Ana Elisa.

 

«A menudo me recuerdas a alguien

tu sonrisa la imagino sin miedo

invadido por la ausencia

me demora la impaciencia

yo sí quiero conocerte y tú no a mí.

Ya sé todo de tu vida y sin embargo

no conozco ni un detalle de ti

el teléfono es muy frío

y tus llamadas son muy cortas

me pregunto si algún día te veré, por favor

dame una cita, vamos al parque

entra en mi vida, sin anunciarte

abre las puertas y cierra los ojos

vamos a vernos, poquito a poco

dame tus manos, siente las mías

como dos ciegos, Ana Elisa…»

 

Ahora que tengo veintiún años y ya no dieciocho, y después de haber visto muchas veces He’s just not that into you, me pregunto si esa era su técnica de ligue y yo era Mary.

Sea como fuere, le funcionó muy bien porque al día siguiente salí con él.

Fue por mí desde Mérida hasta mi casa de Chelem. De ahí fuimos al malecón de Progreso.

Creo que por él descubrí el físico que más me atrae de los hombres: muy flacos y con barba.

Eventualmente mutó a altos, flacos, de barba, con lentes, castaños, traslúcidos, pendejos. (Si tienes estas características, llámame.)

Nos acostamos en la arena, vimos las estrellas, hablamos de poesía, nos besamos.

Humberto estudiaba derecho en una universidad privada.

Lo veía de cuatro a cinco veces a la semana. Claramente nuestra relación no aguantó más de cuatro semanas a ese ritmo. Más de cuatro semanas en general.

Tardes en el parque bajo el árbol mientras lo escuchaba cantar, caminatas en Paseo de Montejo, leía sus poemas, leía mis cuentos.

 

Cumplió veintidos años, le hice una tarjeta, fuimos con su mejor amigo al hospital O’horan a llevarle tortas a las personas que estaban esperando a sus familiares.

Conocí a su tía, a su mamá, a su abuelita, a su hermana, al novio de su hermana, a sus amigos, a sus dos perritas.

 

Cumplí diecinueve años, me regaló el libro para colorear que quería, fuimos a Shotimilco y me cuidó en mi primera borrachera.

Conoció a toda mi familia, a todos mis amigos, a mi perrita.

 

Él no sabía lo que quería de su vida.

Yo no sabía lo que quería con mi vida.

 

Terminó conmigo.

 

Dejó su carrera para volverse cantautor.

Dejé mi carrera para entrar a otra tiempo después.

 

Me enteré que se había comprometido, vi la boda a través del Instagram de su mejor amigo, vi las fotos de la luna de miel en Facebook.

Había pasado menos de una semana que había regresado de su viaje y me llega un mensaje suyo.

Por más de un año perdimos el contacto.

Me dice que no es feliz, que no está funcionando su relación y mientras tanto yo en traje de baño tomando cerveza con mis papás y mis tíos en Cancún diciendo ¡¿Qué chingados?!

Le dije que eso era algo que tenía que arreglar con su esposa porque yo no podía decirle nada, después de eso no me ha vuelto a buscar. Ni yo a él.

 

Lo que siempre le agradeceré es que hizo que terminara de enamorarme de la poesía y me impulsó a crearla.

Sólo eres memoria

Tu rostro se ha vuelto una imagen prohibida.

Ya nadie te recuerda.

Yo comienzo a olvidarte.

 

Tu voz me susurra

cuando intento explicarles a todos

que no estoy loca.

 

Tu mirada es el símbolo perdido

de mi gran amor

no realizado.

 

La suerte no mira a mi lado.

 

No sé si me fui contigo

o si en realidad nunca he estado.

 

Joven y confundida

o confundida por joven.

Aun no acepto la magnitud de mis años.

 

Al pronunciarlos suenan pocos

pero son todos los que tengo,

todos míos,

y los últimos te los he dedicado.

Algo que me haga sentir

Llego sin prisa a tu cuarto.

Dos, tres besos. Me quito los zapatos.

Me recuestas en la cama,

mi cabeza en la almohada.

 

Pones la música que no me gusta

pero poco importa

En una hora no serás más

que otra historia tonta.

 

Besas mis senos y no siento nada

te sigo el juego y me quito la falda.

Un movimiento más, quedo desnuda

al parecer tú no necesitas mi ayuda.

 

Estando encima haces sonidos raros.

Cierro los ojos y mi mente viaja.

Ahora no eres tú en mí dentro,

es la endorfina que lenta baja.

 

Mi boca esquiva tus besos

no necesito cariño en este momento.

Terminas y me pongo la ropa.

Me lavo la cara, te dejo a solas.

 

Y encuentros así se repiten.

Sin nombres.

Sin dueños.

Sin límites.