La idealización hecha guitarra

Mi mayor daddy issue es la guitarra acústica. Cuando apareció Humberto sabía que estaba en problemas.

De nuevo fue Tinder y mi hamaca en Chelem, muchas de mis historias comienzan así.

Varios días hablamos horas y horas de la noche por llamada.

Una tarde me manda un audio. Es la canción «Santa Lucía» de Miguel Ríos modificada, en vez de decir Santa Lucía cuando él la cantaba junto con su guitarra decía Ana Elisa.

 

«A menudo me recuerdas a alguien

tu sonrisa la imagino sin miedo

invadido por la ausencia

me demora la impaciencia

yo sí quiero conocerte y tú no a mí.

Ya sé todo de tu vida y sin embargo

no conozco ni un detalle de ti

el teléfono es muy frío

y tus llamadas son muy cortas

me pregunto si algún día te veré, por favor

dame una cita, vamos al parque

entra en mi vida, sin anunciarte

abre las puertas y cierra los ojos

vamos a vernos, poquito a poco

dame tus manos, siente las mías

como dos ciegos, Ana Elisa…»

 

Ahora que tengo veintiún años y ya no dieciocho, y después de haber visto muchas veces He’s just not that into you, me pregunto si esa era su técnica de ligue y yo era Mary.

Sea como fuere, le funcionó muy bien porque al día siguiente salí con él.

Fue por mí desde Mérida hasta mi casa de Chelem. De ahí fuimos al malecón de Progreso.

Creo que por él descubrí el físico que más me atrae de los hombres: muy flacos y con barba.

Eventualmente mutó a altos, flacos, de barba, con lentes, castaños, traslúcidos, pendejos. (Si tienes estas características, llámame.)

Nos acostamos en la arena, vimos las estrellas, hablamos de poesía, nos besamos.

Humberto estudiaba derecho en una universidad privada.

Lo veía de cuatro a cinco veces a la semana. Claramente nuestra relación no aguantó más de cuatro semanas a ese ritmo. Más de cuatro semanas en general.

Tardes en el parque bajo el árbol mientras lo escuchaba cantar, caminatas en Paseo de Montejo, leía sus poemas, leía mis cuentos.

 

Cumplió veintidos años, le hice una tarjeta, fuimos con su mejor amigo al hospital O’horan a llevarle tortas a las personas que estaban esperando a sus familiares.

Conocí a su tía, a su mamá, a su abuelita, a su hermana, al novio de su hermana, a sus amigos, a sus dos perritas.

 

Cumplí diecinueve años, me regaló el libro para colorear que quería, fuimos a Shotimilco y me cuidó en mi primera borrachera.

Conoció a toda mi familia, a todos mis amigos, a mi perrita.

 

Él no sabía lo que quería de su vida.

Yo no sabía lo que quería con mi vida.

 

Terminó conmigo.

 

Dejó su carrera para volverse cantautor.

Dejé mi carrera para entrar a otra tiempo después.

 

Me enteré que se había comprometido, vi la boda a través del Instagram de su mejor amigo, vi las fotos de la luna de miel en Facebook.

Había pasado menos de una semana que había regresado de su viaje y me llega un mensaje suyo.

Por más de un año perdimos el contacto.

Me dice que no es feliz, que no está funcionando su relación y mientras tanto yo en traje de baño tomando cerveza con mis papás y mis tíos en Cancún diciendo ¡¿Qué chingados?!

Le dije que eso era algo que tenía que arreglar con su esposa porque yo no podía decirle nada, después de eso no me ha vuelto a buscar. Ni yo a él.

 

Lo que siempre le agradeceré es que hizo que terminara de enamorarme de la poesía y me impulsó a crearla.

Un niño lindo

Martes 06 de septiembre de 2016

 

Nunca me dijeron que decirle que no a un niño lindo sería tan difícil.

Comúnmente acostumbro acostarme con las personas que quiero sin hacerme «a la difícil», en pocas palabras, llevo mi vida sexual con plena libertad sin limitaciones morales.

Hace poco conocí a un hombre que es muy atractivo físicamente: cabello castaño claro, ojos color verde con azul, buen cuerpo, piel dorada, pelo en el pecho… Pero tuvimos un mal comienzo.

Hablábamos por mensaje y me llamó para decirme que le mandara «nudes», es decir, fotos mías desnuda. Le dije que no estaba interesada en eso, que se había equivocado, y dejamos de hablar.

Como una semana después volvió a mandarme mensajes y después de un rato me pidió otra vez fotos, de nuevo le dije que no estaba interesada.

El sábado me mandó otro mensaje e increíblemente después de hablar por un rato no me pidió fotos, seguimos hablando todo el domingo y el lunes me dijo que me quería ver.

Tomando en cuenta su historial de pedir fotos, le dije que lo más que podía ofrecerle eran unas retas de ajedrez en la biblioteca de mi escuela, sorprendentemente aceptó.

El martes me fue a ver a la escuela y tal como le había dicho, lo llevé a jugar ajedrez.

Apostamos que quien perdiera haría la tarea del otro, yo tendría que hacer su tarea de literatura y él tendría que hacer mi tarea de geometría analítica.

Mientras jugábamos, un niño se nos acercó, se quedó viendo el juego y se sentó en nuestra mesa para explicarnos jugadas y movimientos que indudablemente no entendimos.

La partida quedó en un empate, demostrando así lo mal jugadores que somos. Debo confesar que cuando él no me estaba viendo hice trampa, pero eso es un secreto que el niño random y yo compartiremos siempre.

Guardamos el juego y me pidió que lo acompañe a su automóvil. En el estacionamiento, me invitó a comer a su casa y, ¿cómo decirle que no a la pizza?

Después de una pequeña escala, llegamos al mismo tiempo que el repartidor. Me invitó a pasar y subimos a su cuarto. Nunca había visto a un hombre que tuviera tantos zapatos.

No decidíamos qué ver en Netflix, así que quedamos en empezar una serie que ninguno de los dos había visto: How to get away with murder.

Vimos el primer episodio, él en la cama, yo en la hamaca. Comenzó el segundo episodio.

Yo notaba como cada vez él se iba sentando más cerca de mí, y como a la mitad del episodio me preguntó si me podía besar.

Nos acostamos en el colchón abrazados y lentamente me besó. Fueron besos firmes, suaves, profundos.

Sabía que este hombre no estaba acostumbrado a que lo rechacen y también sabía que, por más fuerte que fuera mi deseo, si me acostaba con él no me volvería a hablar.

Le pedí que parara.

Ya estaba a la mitad el episodio cuatro.

Se notaba un poco contrariado porque le pedí que se detuviera, se levantó y salió de la habitación porque tenía que bañarse para ir a la escuela. Al minuto regresó.

Me dijo: ¿Te molesta que me desnude aquí?

Le dije que no.

Mientras se quitaba toda la ropa, yo sólo lo observaba, analizando cada detalle de su cuerpo. Una cicatriz en el labio, músculos trabajados, entradas en el abdomen, un tatuaje en la pierna izquierda.

Sentía que mi pulso acelerado retumbaba en todo el cuarto.

Se acercó y me besó de nuevo.

Para poder controlar mis impulsos primitivos, le dije «he visto a muchos hombres desnudos, no me impresionas». Ciertamente no había visto a ninguno como él.

Le cambió el semblante de la cara, ninguna de sus tácticas estaban sirviendo.

Regresó del baño usando únicamente una toalla. Caminó hacia mí. Más besos.

Cabello mojado, olor a jabón. Lo rechazo de nuevo.

Me llevó a mi casa, conversamos y cuando llegamos me dijo: ¿Cuándo te vuelvo a ver?

 

Lo vi una vez más, de nuevo lo rechacé y jamás volvimos a hablar.


Casi un año después me volvió a hablar y ahora nos vemos de dos a tres veces al año.

Pequeña chick flick del verano de 2013

Cuando terminé primero de prepa, me fui todo el verano a Ottawa para tomar clases de inglés. Yo tenía dieciséis años y era la primera vez que viajaba sola.

Cabe mencionar que yo no me quería ir, básicamente me fui obligada. Mis papás vieron todo, casi me suben del cabello al avión.

Mi hermano se había ido todo el año anterior a estudiar a Francia y me habían ofrecido también irme a estudiar a otro lugar para segundo de prepa. Como estaba empezando mi primera relación y era muy insegura les dije que no (tonta, tonta yo).

 

Me movía en automático, mis papás hicieron el check-in en el aeropuerto, yo sólo me paré junto a ellos. Me llevaron hasta seguridad y les dije adiós.

No recuerdo el vuelo hasta Toronto.

Al llegar pasé migración, tenía los oídos tapados y un pésimo inglés. El agente que me atendió fue muy grosero y casi me pongo a llorar frente a él. Me dejó pasar.

Iba tarde para tomar mi vuelo de conexión, no sabía dónde buscar mi maleta ni dónde dejarla. De alguna forma la encontré, me subí a un elevador que decía que no se podía usar, llegué a la sala, abordé, llegué a Ottawa.

 

El lunes empezaban mis clases y mi primera vez usando transporte público. Rosy, la amiga de mis papás con la que me estaba quedando, me dejó en la parada del autobús y le pidió a una mujer que me ayudara a llegar a mi destino (porque Canadá). Ella se bajó como dos paradas antes pero todo el camino me estuvo explicando como funcionaba el sistema, me deseó buena suerte, yo moría por dentro.

Llegué a la escuela sin problema que estaba en el tercer piso de un edificio, una muy bonita escuela. Los colores eran blanco y rojo, me recordaba a High School Musical. Todos eran amables, sonrientes pero en ese entonces yo era muy introvertida y tenía ganas de golpearlos a todos.

El primer día es el examen de nivelación y un curso de inducción junto con los que entran contigo esa semana. Claramente quedé en el segundo nivel de siete. Conmigo entró un turco llamado Cem, también era introvertido.

Yo era la más chica de la escuela, todos tenían de 18 años para arriba.

Ese primer día fui a la cafetería a desayunar cáscara de manzana (porque tampoco comía nada) y se me acercó un venezolano llamado Luis a hacerme plática. Estoy segura de que si no hubiera sido por él yo no me hubiera llevado con nadie.

Me integró a su grupo: Johan de Guadalajara, Diego de Chihuahua, Daniel de Chetumal y Tsukasa de Japón.

Al mismo tiempo integró a Cem.

Los martes eran de cine, los jueves eran de museo y los demás días eran de lo que saliera. Mayormente íbamos al centro de la ciudad a caminar.

A las dos semanas se integraron al grupo Clara de España y Bastien y Maxime de Francia.

Fuimos a la playa, nos metimos a un hotel, nos perdimos.

Fue la primera vez que vi a personas fumar mota. Yo estaba entrando en pánico, estábamos en un parque y ellos iban a fumar entonces tenía miedo que se me quedara el olor en la ropa y que Rosy se diera cuenta así que me alejé. Estaba tan morra que la paranoia me estaba pegando a mí y no a los que sí estaban fumando. Cem me acompañó.

Del grupo siempre estaba junto a Cem, era con el que más hablaba y chateábamos por Facebook en las noches.

 

Él tenía veinte años, estudiaba una ingeniería, era europeo y yo estaba bien pendeja.

 

En mi cuarta semana, y la última que estuve ahí, quería ir el martes al cine que estaba cerca de donde yo estaba quedándome, todos los demás vivían por otra zona. Saliendo de clases nadie quiso acompañarme, Cem me vio con cara de lástima y fue conmigo.

El camino en autobús hasta el cine era de una hora, la tensión se sentía dentro y fuera. Era la primera vez que salíamos solos, era la primera vez que realmente sólo estábamos él y yo.

A medio camino se subió un niño pequeño, como de un año, que no dejaba de mirarme. Mi útero no resistió y yo tampoco podía dejar de mirarlo. Alzaba una ceja y el bebé comenzaba a reírse, su risa era tan tierna que el autobús entero se inundó de carcajadas.

 

Llegamos a la taquilla y la función ya había comenzado, tuvimos que esperar a la siguiente. Mientras tanto fuimos a una librería que estaba a la vuelta.

Y ahí nos quedamos dos horas. Caminando entre libros, hojeándolos, sentándonos en el piso a platicar, hablando de nuestras distintas religiones y culturas, hablando de One Direction porque era lo que estaba de moda y aparecía en todas las revistas.

Ya iba a comenzar la película así que regresamos al cine, en la sala se sentía una tensión aun mayor que la que se percibía en el autobús.

Cuando Rosy llegó por mí ya había obscurecido y en las prisas para despedirme le di un beso en la mejilla. En eso noté su cara de asombro y fue cuando me cayó el veinte de que no estaba en México, no en todos los lugares se despiden igual. Me di la media vuelta lo más rápido que pude y huí sin mirar atrás.

En la noche logré conectarme al wifi de la casa porque sólo en las noches y en las mañanas podía usarlo. Tenía muchos mensajes de mi novio, todo el tiempo que llevaba en Canadá habíamos estado peleando y yo ya estaba cansada, quería disfrutar mi viaje además de que me estaba enamorando de Cem. Terminé con mi novio.

Al día siguiente se lo conté a Cem.

Los jueves eran mis días favoritos, días de museos. Ese último jueves tocaba el museo de historia que está en la parte que hablan francés de la ciudad. Fuimos todos, de nuevo me prometieron que me acompañarían a la estatua de Samuel de Champlain porque era mi lugar favorito de la ciudad y quería ver el atardecer ahí antes de irme, la vista es preciosa.

Terminamos el recorrido. Estuvimos un rato en el jardín jugando, bromeando, acostados en el césped. Caminamos el puente de regreso.

Cuando ya estábamos cerca de la estatua, de nuevo, nadie quiso ir. Todos pusieron excusas. Yo me molesté porque me habían hecho lo mismo el martes. Les dije: «pues me voy sola, de todas forma yo sé cómo regresar a mi casa» (La verdad es que no tenía ni puta idea de cómo volver, pero mi orgullo valía más).

Me di la media vuelta y con mi mano izquierda moví mi cabello (en realidad no pero en mi mente sí lo hice). Caminé rápido, llegué a la estatua, me senté con los brazos cruzados y miré al frente, viendo las espaldas del Parlamento. De reojo vi que Cem se acercaba.

Volteé para el lado contrario de el que él venía y rodeó toda la estatua para que yo lo viera llegar. Se sentó junto a mí.

Estuvimos horas ahí simplemente existiendo y admirando el paisaje.

Empezaba a anochecer y yo comencé a temblar, siempre me pasa cuando entra la brisa y nos encontrábamos junto al río. No dije nada pero Cem se dio cuenta. Me preguntó si tenía frío y le dije que obvio sí pendejo pero sólo asentando con la cabeza. Puso su brazo sobre mis hombros. Puse mi cabeza en su hombro.

En las noches el Parlamento tenía un espectáculo de luces que culminaba con fuegos artificiales.

Entonces, cuando por fin nuestras bocas se juntaron y comenzó ese beso eterno en mi lugar favorito. Sin darnos cuenta habían fuegos artificiales mientras nos besábamos. (En serio pasó, ¿ok?)

 

El viernes Rosy preparó comida mexicana en la casa para mi despedida, invité a todos mis amigos. Cem y yo nos agarrábamos las manos debajo de la mesa y mis amigos tiraban tenedores para agacharse a recogerlos y vernos «discretamente». La comida fue muy amena, todos la pasaron bien, escuchamos a Luis Miguel como se debe, se fueron en la tarde.

 

El sábado desde temprano vi a Cem en el centro comercial. De ahí fuimos al centro de la ciudad, caminamos y caminamos y caminamos. Entramos al parlamento, nos salimos porque estaba caro el tour. Regresamos al lugar donde nos besamos. Encontramos otros lugares para besarnos. Comimos helado. Todo el día lo pasé con él.

Pero el día acabó.

Cem me acompañó a mi parada de autobús, nos besamos una última vez, una niña nos gritó get a room (ay amiga, ojalá hubiera podido), le di mi collar que usé todo el viaje que decía mi nombre, me dio su chamarra.

Me senté en el autobús, lo volteé a ver a través del cristal y mientras el autobús avanzaba él se iba desvaneciendo.

Esa fue la última vez que lo vi.

De haber sabido, hasta te daba superlike

Empezaba el verano del 2016.

Yo seguía estudiando actuaría, mis amigas se regresaban a sus respectivas ciudades y yo me volvía una con mi hamaca en Chelem. Llevaba pocos meses que había descargado Tinder y aun no sabía bien cómo usarlo.

Un día me apareció un chavo, llamémoslo Mario, y comenzamos a hablar. La plática iba fluyendo bien pero al día siguiente desapareció.

No supe nada más de Mario en lo que quedó del verano.

Cuando iniciaron las clases tenía que ir a la biblioteca del Campus a entregar unos papeles al Centro de Atención a Estudiantes, al salir estaba en la puerta con unos amigos y sentí que alguien me estaba observando. Volteo al área de las computadoras y ahí estaba sentado Mario, él estudiaba en la facultad de al lado.

En la tarde llegué a mi casa y vi que había recibido una solicitud de amistad en Facebook de él. Eventualmente descubrí que Mario es un stalker profesional, lo cual es una habilidad que compartimos.

Hablamos de nuevo, debo confesar que al principio él sí me gustaba pero un día me dijo que le presentara a una amiga porque estaba guapa, me molesté con él, dejamos de hablar.

 

Un tiempo después, no recuerdo cómo, retomamos el contacto. Pero nos dimos cuenta que nosotros funcionábamos muy bien como amigos. Por más de un año chateamos casi todos los días. Mario es la persona a la que más cosas le he contado y probablemente la que mejor me conoce. Se volvió uno de mis mejores amigos.

En agosto de 2017 me cambié de carrera y entré a la misma facultad en la que él está entonces comenzamos a frecuentarnos aún más, lo llevé a fiestas, le presenté a amigos de ahí, nos veíamos después de clases, pero yo siempre lo veía como un muy buen amigo.

Ese año él se clavó con una niña cuyo nombre no queremos recordar y probablemente fue el tema más hablado. Ese diciembre me fui de viaje a Tepoztlán y cuando regresé quería ir a la Mezca en miércoles (el mejor lugar y el mejor día) con varios amigos. Todos me dejaron mal menos Mario.

Primero fuimos a cenar salbutes y de ahí teníamos como meta ir a ligar a la Mezca, ya lo habíamos intentado una vez en Shoti y fracasamos brutalmente.

Empecé a pedir promos (una cerveza y dos mezcales por $50). Si hay algo importante que deben saber de mí es que no tengo aguante.

Para la segunda promo yo ya no distinguía el suelo del techo, quería bailar y nada más no podía ligar nada. Mario igual estaba algo ebrio.

Entonces comenzamos a bailar entre nosotros, cada vez nos pegábamos más. Me di cuenta de que Mario intentó besarme algunas veces, todas las esquivé.

En eso llegó un chavo que conocía y me fui a bailar con él, Mario se quedó esperándome. Fue menos de una hora.

Como Mario me regresaba a mi casa y ya se tenía que ir me pidió que ya nos fuéramos y nos salimos del lugar.

Caminando al coche le pregunté si fue mi idea o si él había intentado besarme, sólo se rió nerviosamente.

Al subirnos al coche le pregunté si podía hacer algo pendejo, me dijo que sí.

Lo besé.

Subió tanto de nivel al punto que por dos semanas no pude hablarle.

 

Lo dejamos pasar y no volvimos a hablar del tema. Al poco tiempo yo conocí al chavo que fue mi novio un tiempo y él conoció a una chava con la que estuvo saliendo. Nuestra amistad siguió igual pero debo admitir que muy en el fondo se me quedó esa espinita que a veces, sin querer, la presionaba y me dolía.

Primero terminó mi relación, al poco tiempo él dejo de salir con esa chava. Y la presión comenzó a ser más frecuente.

No le decía nada porque sabía cuánto le había dolido terminar con esa niña y cuánto aun le gustaba. Yo tampoco había superado por completo a mi ex.

Pero una noche de este verano en la que mis amigas se habían regresado a sus respectivas ciudades y yo me volvía una con mi hamaca en Chelem, le confesé lo que sentía por él.

Al principio no supo qué responder.

Me dijo que me quería mucho, que soy su mejor amiga, pero no puede verme de esa forma.

Desde ese día hemos intercambiado como diez mensajes.

 

Mario, me importa más tu amistad que ser correspondida. El vínculo que tenemos como amigos es muy difícil de encontrar, sino pregúntale a la catedral (¿o es la capilla?).

Me gustabas porque creo que eres el mejor hombre que conozco y con el corazón más grande, debe sentirse muy bonito gustarte. Pero no es el fin del mundo, no estoy desesperada por estar con alguien y así como me gustabas me puedes dejar de gustar.

Pero eso sí, no te puedo dejar de querer.

Mario, usted sabe que puede contar conmigo.