Cuando terminé primero de prepa, me fui todo el verano a Ottawa para tomar clases de inglés. Yo tenía dieciséis años y era la primera vez que viajaba sola.
Cabe mencionar que yo no me quería ir, básicamente me fui obligada. Mis papás vieron todo, casi me suben del cabello al avión.
Mi hermano se había ido todo el año anterior a estudiar a Francia y me habían ofrecido también irme a estudiar a otro lugar para segundo de prepa. Como estaba empezando mi primera relación y era muy insegura les dije que no (tonta, tonta yo).
Me movía en automático, mis papás hicieron el check-in en el aeropuerto, yo sólo me paré junto a ellos. Me llevaron hasta seguridad y les dije adiós.
No recuerdo el vuelo hasta Toronto.
Al llegar pasé migración, tenía los oídos tapados y un pésimo inglés. El agente que me atendió fue muy grosero y casi me pongo a llorar frente a él. Me dejó pasar.
Iba tarde para tomar mi vuelo de conexión, no sabía dónde buscar mi maleta ni dónde dejarla. De alguna forma la encontré, me subí a un elevador que decía que no se podía usar, llegué a la sala, abordé, llegué a Ottawa.
El lunes empezaban mis clases y mi primera vez usando transporte público. Rosy, la amiga de mis papás con la que me estaba quedando, me dejó en la parada del autobús y le pidió a una mujer que me ayudara a llegar a mi destino (porque Canadá). Ella se bajó como dos paradas antes pero todo el camino me estuvo explicando como funcionaba el sistema, me deseó buena suerte, yo moría por dentro.
Llegué a la escuela sin problema que estaba en el tercer piso de un edificio, una muy bonita escuela. Los colores eran blanco y rojo, me recordaba a High School Musical. Todos eran amables, sonrientes pero en ese entonces yo era muy introvertida y tenía ganas de golpearlos a todos.
El primer día es el examen de nivelación y un curso de inducción junto con los que entran contigo esa semana. Claramente quedé en el segundo nivel de siete. Conmigo entró un turco llamado Cem, también era introvertido.
Yo era la más chica de la escuela, todos tenían de 18 años para arriba.
Ese primer día fui a la cafetería a desayunar cáscara de manzana (porque tampoco comía nada) y se me acercó un venezolano llamado Luis a hacerme plática. Estoy segura de que si no hubiera sido por él yo no me hubiera llevado con nadie.
Me integró a su grupo: Johan de Guadalajara, Diego de Chihuahua, Daniel de Chetumal y Tsukasa de Japón.
Al mismo tiempo integró a Cem.
Los martes eran de cine, los jueves eran de museo y los demás días eran de lo que saliera. Mayormente íbamos al centro de la ciudad a caminar.
A las dos semanas se integraron al grupo Clara de España y Bastien y Maxime de Francia.
Fuimos a la playa, nos metimos a un hotel, nos perdimos.
Fue la primera vez que vi a personas fumar mota. Yo estaba entrando en pánico, estábamos en un parque y ellos iban a fumar entonces tenía miedo que se me quedara el olor en la ropa y que Rosy se diera cuenta así que me alejé. Estaba tan morra que la paranoia me estaba pegando a mí y no a los que sí estaban fumando. Cem me acompañó.
Del grupo siempre estaba junto a Cem, era con el que más hablaba y chateábamos por Facebook en las noches.
Él tenía veinte años, estudiaba una ingeniería, era europeo y yo estaba bien pendeja.
En mi cuarta semana, y la última que estuve ahí, quería ir el martes al cine que estaba cerca de donde yo estaba quedándome, todos los demás vivían por otra zona. Saliendo de clases nadie quiso acompañarme, Cem me vio con cara de lástima y fue conmigo.
El camino en autobús hasta el cine era de una hora, la tensión se sentía dentro y fuera. Era la primera vez que salíamos solos, era la primera vez que realmente sólo estábamos él y yo.
A medio camino se subió un niño pequeño, como de un año, que no dejaba de mirarme. Mi útero no resistió y yo tampoco podía dejar de mirarlo. Alzaba una ceja y el bebé comenzaba a reírse, su risa era tan tierna que el autobús entero se inundó de carcajadas.
Llegamos a la taquilla y la función ya había comenzado, tuvimos que esperar a la siguiente. Mientras tanto fuimos a una librería que estaba a la vuelta.
Y ahí nos quedamos dos horas. Caminando entre libros, hojeándolos, sentándonos en el piso a platicar, hablando de nuestras distintas religiones y culturas, hablando de One Direction porque era lo que estaba de moda y aparecía en todas las revistas.
Ya iba a comenzar la película así que regresamos al cine, en la sala se sentía una tensión aun mayor que la que se percibía en el autobús.
Cuando Rosy llegó por mí ya había obscurecido y en las prisas para despedirme le di un beso en la mejilla. En eso noté su cara de asombro y fue cuando me cayó el veinte de que no estaba en México, no en todos los lugares se despiden igual. Me di la media vuelta lo más rápido que pude y huí sin mirar atrás.
En la noche logré conectarme al wifi de la casa porque sólo en las noches y en las mañanas podía usarlo. Tenía muchos mensajes de mi novio, todo el tiempo que llevaba en Canadá habíamos estado peleando y yo ya estaba cansada, quería disfrutar mi viaje además de que me estaba enamorando de Cem. Terminé con mi novio.
Al día siguiente se lo conté a Cem.
Los jueves eran mis días favoritos, días de museos. Ese último jueves tocaba el museo de historia que está en la parte que hablan francés de la ciudad. Fuimos todos, de nuevo me prometieron que me acompañarían a la estatua de Samuel de Champlain porque era mi lugar favorito de la ciudad y quería ver el atardecer ahí antes de irme, la vista es preciosa.
Terminamos el recorrido. Estuvimos un rato en el jardín jugando, bromeando, acostados en el césped. Caminamos el puente de regreso.
Cuando ya estábamos cerca de la estatua, de nuevo, nadie quiso ir. Todos pusieron excusas. Yo me molesté porque me habían hecho lo mismo el martes. Les dije: «pues me voy sola, de todas forma yo sé cómo regresar a mi casa» (La verdad es que no tenía ni puta idea de cómo volver, pero mi orgullo valía más).
Me di la media vuelta y con mi mano izquierda moví mi cabello (en realidad no pero en mi mente sí lo hice). Caminé rápido, llegué a la estatua, me senté con los brazos cruzados y miré al frente, viendo las espaldas del Parlamento. De reojo vi que Cem se acercaba.
Volteé para el lado contrario de el que él venía y rodeó toda la estatua para que yo lo viera llegar. Se sentó junto a mí.
Estuvimos horas ahí simplemente existiendo y admirando el paisaje.
Empezaba a anochecer y yo comencé a temblar, siempre me pasa cuando entra la brisa y nos encontrábamos junto al río. No dije nada pero Cem se dio cuenta. Me preguntó si tenía frío y le dije que obvio sí pendejo pero sólo asentando con la cabeza. Puso su brazo sobre mis hombros. Puse mi cabeza en su hombro.
En las noches el Parlamento tenía un espectáculo de luces que culminaba con fuegos artificiales.
Entonces, cuando por fin nuestras bocas se juntaron y comenzó ese beso eterno en mi lugar favorito. Sin darnos cuenta habían fuegos artificiales mientras nos besábamos. (En serio pasó, ¿ok?)
El viernes Rosy preparó comida mexicana en la casa para mi despedida, invité a todos mis amigos. Cem y yo nos agarrábamos las manos debajo de la mesa y mis amigos tiraban tenedores para agacharse a recogerlos y vernos «discretamente». La comida fue muy amena, todos la pasaron bien, escuchamos a Luis Miguel como se debe, se fueron en la tarde.
El sábado desde temprano vi a Cem en el centro comercial. De ahí fuimos al centro de la ciudad, caminamos y caminamos y caminamos. Entramos al parlamento, nos salimos porque estaba caro el tour. Regresamos al lugar donde nos besamos. Encontramos otros lugares para besarnos. Comimos helado. Todo el día lo pasé con él.
Pero el día acabó.
Cem me acompañó a mi parada de autobús, nos besamos una última vez, una niña nos gritó get a room (ay amiga, ojalá hubiera podido), le di mi collar que usé todo el viaje que decía mi nombre, me dio su chamarra.
Me senté en el autobús, lo volteé a ver a través del cristal y mientras el autobús avanzaba él se iba desvaneciendo.
Esa fue la última vez que lo vi.